
—No, no te odio por ser atea. Sólo me apena que no tengas la humildad suficiente para considerar que puede haber algo más grande que vos misma.
—¿O sea que hace falta un ser eterno y todopoderoso que creó el universo para que haya algo más grande que vos mismo? Tu humildad me apabulla.
—Te odio.